Un cliché de novela
negra pretende que no hay crimen perfecto o que, en todo caso, un crimen
sólo puede ser perfecto si su perfección se mantiene precisamente
incognoscible y secreta. Pero no es verdad. Si un crimen perfecto es el
que sólo deja víctimas -porque el criminal no aparece por ninguna parte-
o aquel cuyo ejecutor logra escapar definitivamente, podemos decir que
la perfección criminal es menos rara de lo que creemos.
Se trata de hecho de una fórmula banal y atroz, de recurrencia estadística ya llamativa, que podríamos describir de esta manera: el truco consiste en que el asesino se ponga a sí mismo en una situación tal que está condenado a sumarse a sus propias víctimas; en una situación de la que él mismo será víctima y de la que escapará definitivamente, cuando parece todo perdido, abriendo una puerta en su propio cuerpo. Este es el caso, por ejemplo, de Adam Lanza y la matanza de la escuela de Newtown; es decir: entro, mato a todo el mundo y luego me vuelvo inalcanzable y borroso camuflándome entre los muertos. Nadie puede distinguirme de los muertos que he matado yo, porque también me he matado yo, y nadie puede atraparme y castigarme porque me he ido a un sitio a donde nadie puede seguirme y porque, al marcharme, me he aplicado precisamente el máximo castigo.. ..
Se entiende mejor esta atrocidad si se la describe como un truco. O como un deporte sometido a reglas muy precisas. Desde luego no es una batalla. Nunca se asaltan cuarteles o bancos. El criminal, en efecto, declara su desprecio simultáneo por la lucha y por el heroísmo al escoger siempre sectores de población muy vulnerables, incapaces de ofrecer resistencia. Esta selección recurrente es inseparable de la dimensión deportiva del impulso, cuyo objetivo evidente es derribar el mayor número de cuerpos en el menor tiempo posible. Pero para alcanzar este objetivo, superando además la marca anterior (la de la Universidad de Virginia o la de Columbine) es necesario contar con muchas y buenas armas de fuego. En cualquier mundo posible que podamos imaginar habrá locos; y los locos siempre encontrarán al alcance de la mano algún objeto con el que hacer daño a un semejante. Pero ningún deporte consiste en dañar a los semejantes: ¡eso sería una locura, un crimen! Los deportistas combinan pasión y pericia en una acción reglada cuyo propósito es la auto-afirmación pública. Los deportes requieren un equipo: zapatillas, un balón, unos esquíes. No se puede jugar al golf sin palos de golf. Al contrario de lo que pretenden muchos ingenuos, la prohibición de las armas en EEUU no impediría los crímenes; pero dificultaría mucho, sin duda, la práctica de un deporte en el que las armas de fuego son tan indispensables como lo son las raquetas en Roland Garros. Matar a cuchillo sería otro juego, mucho más aburrido, con menos practicantes y menos espectadores....
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